domingo, 21 de noviembre de 2010

EL COREANO CARLOS

Carlos Keim es coreano. En realidad no se llama Carlos, pero su nombre es imposible de pronunciar y el chico del kiosco de periódicos, que es uno de los pocos amigos que tenía, le puso Carlos. En el barrio le llamaban "el chino". Al principio le disgustaba, e insistía en que él no era chino. La gente le decía que son todos iguales, a lo que él respondía que los iguales somos nosotros.
Tenía unos conocidos de su país que le proporcionaban relojes de imitación. Así que pensó que podría venderlos en el rastro y sacarse algo de dinero, pero la policía le seguía de cerca y la comisión que tenía que dejar a sus jefes era grande. Así que no pudo venderlos, y además del dinero que tuvo que pagar se quedó colgado con todos los relojes.También se le ocurrió montar una pequeña academia de coreano, junto con sus otros cuatro compañeros de piso, pero cuando estaba a punto de arrancar, uno de ellos se marchó con todo el dinero. El chico del kiosco le intentó ayudar dándole algo de dinero a cambio de que repartiera los periódicos por las casas, tiendas, oficinas... Pero el hermano de éste se quedó sin trabajo y ocupó su puesto. Intentó trabajar en muchos otros sitios, pero no hubo manera.
Se quedaba sin el poco dinero que había conseguido ahorrar y en el piso le empezaban a poner problemas. Llevaba un año en España, y lo único que había encontrado eran trabas e impedimentos. Todo lo que empezaba le salía mal, no encontraba trabajo y tampoco apoyo o amistad. La gente tampoco ponía de su parte, en el fondo cada uno iba a lo suyo y casi nadie se planteaba cómo le iba al de al lado. No hablaba muy bien y tenía bastante acento, pero se le entendía.
Intentó todo y más, luchó minuto a minuto, pero lo único que no tuvo fue un poco de suerte. Así que, muy a su pesar, tuvo que regresar a su país, a donde nunca se pudo imaginar que volvería a buscar una vida mejor.

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