Érase una vez un lugar en un bosque recóndito en el que se regían por unas leyes muy especiales. En realidad sólo había una principal, de la que luego se desgranaban las demás. Hacía referencia al censo, y es que en ese lugar, desde hacía muchos siglos, sólo podía haber tres familias de cada región. Y además era obligatoria la presencia de todas las regiones del reino. Así que el lugar era famoso por recibir constantemente a familias que emigraban allí para comenzar su vida.
Aparentemente, era un lugar idílico, donde no existía la discriminación y la mezcla de diferentes enrriquecía la aldea.
Hasta que un día surgió un gran problema; una de las familias adoptó a un niño que procedía de otro reino. Y cuando, por el boca a boca, llegó a oídos de los mandatarios, se armó un gran follón.
En el libro de las leyes no había nada al respecto. Sólo se obligaba a que estuvieran representadas todas las regiones del reino, pero ¿y de otro reino? Tras reunirse decidieron que no podía ir a vivir a su aldea, sólo eran aceptados los habitantes del reino. Los padres intentaron hacerles entrar en razón, explicándoles que la ley tenía que tener un sentido integrador e igualitario, no cumplirla por tradición sin tener en cuenta su valor. Era la única aldea formada por gente de lugares tan diversos ¿ y no iban a permitir a otra persona, que simplemente venía de un poco más lejos?
Finalmente llegaron a la conclusión de que la ley la eliminarían, y a partir de ese momento aceptarían a todo el que quisiera ir, sin cifras, sin límites. Y siempre con mucho respeto.
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